El mejor proceso para tomar decisiones

¿Cómo educar nuestras emociones o sentimientos para decidir racionalmente? El fallecido profesor Juan Antonio Pérez López del IESE Business School nos daba algunas luces sobre el tema.

Él mencionaba que la racionalidad y los sentimientos en las decisiones deben mantener una secuencia: primero, pensar; segundo, actuar; tercero, sentir. Dicho de otra forma, que la acción (o decisión) de cualquier persona debe estar fundamentada en un trabajo pensante previo, dejando los sentimientos (emociones) como un derivado de la acción realizada.

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Cuando hay que resolver un problema en la empresa, el primer paso que debe seguir un directivo es enfrentarse a un reto intelectual muy exigente: revisar la información, ser exhaustivo y objetivo en su análisis; definir el problema de fondo (encontrar la causa, no quedarse en los síntomas); generar muchas y distintas alternativas y sus diferentes consecuencias; establecer buenos criterios de selección que nos ayuden a elegir una de las alternativas y establecer un plan de acción.

El segundo paso se desarrolla cuando el directivo ejecuta su plan. En ese momento se ponen de manifiesto las ventajas de un trabajo previo riguroso y coherente, pues es más frecuente que un buen plan derive en una ejecución menos compleja.

Finalmente, el sentimiento generado por el trabajo desplegado no puede ser menos que de satisfacción; incluso aunque el resultado final no alcance los estimados previstos. Porque tanto como la meta, el proceso realizado de principio a fin de manera rigurosa, coherente, consistente, etcétera, se vuelve igualmente valioso y reconfortante para el directivo. Incluso se puede afirmar que a pesar de lo arduo y dificultoso que haya podido ser el trabajo, se generan sentimientos placenteros por un ejercicio bien realizado.

Juan Antonio llamaba nuestra atención sobre los peligros de no seguir la secuencia comentada; cayendo en otra (lamentablemente no poco frecuente): sentir, actuar y pensar. Cuando se empieza con un primer paso que se sustenta fundamentalmente en circunstancias que van  desde el estado emocional del decisor, pasando por el ‘olfato empresarial’ o los prejuicios, estamos abandonando la posibilidad de sustentar nuestro actuar en cimientos de racionalidad.

Con ese arranque seguramente llegaremos a decisiones poco sustentadas a las que seguirán situaciones de ejecución complejas y poco satisfactorias. Si a pesar de ello se consiguieran resultados positivos, ningún directivo honesto sentiría satisfacción por estos.

Lamentablemente, algunos directivos en esa situación pocas veces reconocen su falta  de racionalidad antes de actuar, más bien ‘piensan’ en una excusa, como por ejemplo, en buscar un culpable. Juan Antonio resumía esto con una frase que vale la pena repetir: “Quien no actúa como piensa, termina pensando (justificando) como actúa”. Por ello, los sentimientos y la racionalidad relacionados con una decisión deben mantener un orden como el propuesto.

Saber decidir es una de aquellas cosas que se mejoran con la práctica y que van convirtiéndose en hábito. El vencer la tentación inicial de actuar según lo que provoque la emoción del momento, para darle paso a la racionalidad, es un ejercicio que se puede hacer en muchos momentos personales fuera del ámbito de trabajo y que, sin embargo, nos puede ayudar luego en lo laboral. Por lo tanto, es importante que estemos atentos a ejercitarnos en decidir basados en lo que nos manda la razón y no nuestras emociones.